jueves, 28 de febrero de 2008

A LOS NÁUFRAGOS NO LES GUSTAN LAS RATAS


Aztecas y Aztecoides

Hace ya tiempo que Robinsón quisiera empe­ñarse en una revisión de La Coatlicue desgra­ciadamente, no ha tenido tiempo, ya que se ha hecho necesario reforzar la línea defensiva, pues las amazonas negras ya han mostrado la luz centelleante de su piel desnuda, y su único seno turgente como un aviso de que podría pre­pararse un asalto al Castillo Ontiverius.
Por ello se propone hacer un acercamiento a las dos formas ontológicas del desarrollo del ser azteca que ha encontrado, pese a que en pre­sentaciones públicas de sus libros (si es que las llevó a cabo), el náufrago negara su mexicanidad para reivindicar a la Nueva España como novohispano, o bien como miembro de las Or­denes Guerreras esotéricas en el mundo tradicional azteca, que vendrían a destruir con su obcecación monoteísta y su guerra santa los conquistadores españoles.
Sin que existan antecedentes antropológicos, culturales o históricos sobre su peregrina tesis, Robinsón divide arbitrariamente a quienes fueron sus compatriotas, independientemente de su raza o del punto geográfico en que se encuentren, en aztecas y aztecoides. Los aztecas representan el sentido regenerador de la barbarie y se desempeñan en la obra de creación guerrera, marcada en la tira de Aztlán, para im­perar sobre los cuatro puntos cardinales de la Tierra, en el símbolo del señor del mundo.
Los avatares de la historia son ya conocidos. Luego de una resistencia heroica, genuino discurso Numantino, serían derrotados por la flor y nata de la Caballería de Europa, los intrépidos capitanes de la España eterna (actualmente vuelta invisible por el dominio de los demócra­tas európidos y de su supermercado dominado por la OTAN).
Sin embargo -los aztecas-, pese a su estoicis­mo, a su escuela de sacrificio, al sentido guerre­ro y sacramental de todos sus actos, no fueron totalmente suprimidos, quedaron una parte míni­ma de la nobleza que fue catequizada, cuyos tí­tulos nobiliarios fueron reconocidos por España, y otra difuminada, que no podría estar formada más que de macehuales, de donde descienden las castas más degradadas de la Nueva España, conocidos como: ladinos, hocicos de rata, salta-patrás o no te entiendo; todos ellos conforman la superestructura racial aztecoide que domina, por otra parte, una porción significativa de la oscilan­te alma mestiza, además de factores agregados de afroasiáticos y de criptoconversos.
Demográficamente una parte de la nobleza y del pueblo azteca sucumbieron a las enfermedades que trajeron los europeos, pero existió otra, que tiene una historia secreta, cuya acción de bastardaje en la historia de México explicaría los extremos de ruindad a los que hemos llegado y el porqué Ro­binsón se sentía, en México, novohispano, y en España, azteca.
De acuerdo a la Tradición, los shudras, que se identificarían con los aztecoides y en Esparta con los ilotas, son seres que ca­recen de alma. No tienen alma, y por ello su mundo es elemental y telúrico. De esta reminis­cencia ya perdida de la Tradi­ción, Aristóteles sostiene que hay "hombres que nacieron pa­ra obedecer" en su defensa de la esclavitud, es decir, se les emancipa de los controles so­ciales que soportan y se les ele­va como "los parias de la tierra", su destino será aún más desdi­chado del que, aparentemente y de acuerdo con los prejuicios modernos –que todo lo domi­nan- padecerían en su original condición.
El hecho es que México-Tenochtitlán-Aztlán va a carecer de una línea tradicional viva seme­jante a la línea monárquica nipónica y a la de al­gunas, contadísimas, casas europeas, reinen o no. Los misioneros reclutarán sus cuadros de élite de esa nobleza como del sacerdocio, y ella sería el suministro de su conocimiento como lo atestigua entre otros Sahagún. Sin embargo, el sentido heroico/solar, de combate y de honor que caracteriza el ser azteca, se convierte cada vez más en un arma ideológica de los criollos, forjadores del nacionalismo mexicano, y menos en un sentido axiológico, en una escuela de exi­gencia y en una trasmisión efectiva, actuante y operativa de valores sobrehumanos.
La más viva tragedia, en este sentido, no es la pérdida del imperio que como tal carecía de ver­tebración política, lingüística y mitológica, de ahí que sean los padres verdaderos los mexicanos, en su sentido simbólico el gran capitán Hernán Cortés y la princesa doña Marina. ¿Por dónde se encuentran las huellas vivientes de los aztecas como núcleo espiritual?, ¿permanecieron en estas tierras , se ocultaron en los mundos subterráneos o marcharon hacia su patria espiritual que, según el tlatoani Moctezuma Xocoyozin, "no formaba parte de estas tierras"?
¿No podría haber ocurrido con los genuinos aztecas algo semejante al símbolo arturiano de rey herido, que vive aletargado y que despertará el día de la batalla final?
El hecho concreto es que los aztecas con forma espiritual, escuela de mando y sentido jerárquico fueron reemplazados por los hibridismos que se dieron en el seno del ecumenismo católico y de su igualitarismo espiritual, lo que produjo las 25 castas que podemos ver, independientemente de que hayan sido proscritas por la independencia. Como se sabe, cada casta de estas 25, junto con una determinada manifestación antropomórfica posee rasgos de carácter que los distinguen, y con los cuales, en algunos casos, era muy difícil lidiar en caso de tratar de educarlos. Aquí se presenta una inonación o tendencia del alma, más fuerte que la cultura alejada del ser y de la sangre, más poderosa que el pozole y que los tacos.
De los imperiales aztecas se dice Robinsón mirando con sus catalejos los ojos de acerin de la reina de las amazonas (reconociendo, así que no tendría nada contra el matriarcado, si se da en los términos de las “mujeres tigres” o Tintán de los monos), ha devenido una raza de hombres en fuga, cuyas manifestaciones históricas han sido desmembrar el Imperio azteca el mucho más vasto que logró el valor heroico de los grandes capitanes castellanos. Esta raza simiesca, de bigotillos ralos, mirar furtivo, enemiga de toda idea de grandeza y de lealtad, es la que ha predominado en el país en que nada el náufrago. Por ello Robinsón se pregunta ¿los aztecas?


ROBINSON LITERARIO, José Luis Ontiveros, Ed Nueva República, Barcelona, 2007. pp. 44-47

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